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Los anales.—Libro XIV.

de arrogancia y soberbia y como victorioso de la pública servidumbre, entra en la ciudad, sube al Capitolio, y allí da gracias á los dioses y ofrece sacrificios. Quita después la represa á todo aquel género de desórdenes y apetitos, que aunque mal corregidos, le había ido obligando á diferir el respeto de su madre, aunque siempre le tuvo poco.

Cosa vieja era ya en él gustar de entretenerse en guiar carros de cuatro caballos: tenía también otro estudio poco menos vergonzoso, que era cantar al son de la citara cuando cenaba, de la manera que suelen los que cantan en las comedias y otras fiestas públicas: calificándole con decir, «que habían hecho aquello muchas veces los reyes y capitanes antiguos: que era muy celebrada la música de los poetas, los cuales se servían de ella para alabar á los dioses, porque la música estaba consagrada al dios Apolo.

Y que con el mismo traje de que él usaba en tales ocasiones se veía figurada aquella principal deidad, que pronostica las cosas por venir, no sólo en las ciudades de los Griegos, pero también en los templos de Roma.» Y ya no era posible irle más á la mano, cuando les pareció á Séneca y á Burrho que era cordura concederle una de estas dos cosas, porque no las quisiese á entrambas; y así le hicieron cercar de muros un espacio de tierra en el valle Vaticano, donde pudiese corr y regir caballos á su gusto, sin comunicarse á los ojos de todos. Mas él poco después hizo convocar al puel'o romano, el cual comenzó á darle mil loores, como es la costumbre dei vulgo apetecer deleites y pasa'iempos, especial cuando es el príncipe el que los incita y provoca. Mas aunque publicaba él mismo su propia vergüenza, no sio no le causé, como pensaron, hartura y empalago, antes le sirvió de incentivo para apetecer estas cosas con mayor afecto. Y pareciéndole buen camino para disminuir su infamia el tener compañeros en ella, hizo que muchos descendientes de familias nobles saliesen á representar en el teatro, comprándolos con dinero para este vil