Animado con estas palabras Nerón, confiesa «que aquel día se le daba el imperio, no avergonzándose de reconocer tan gran dádiva de un liberto. Dicele que se dé prisa. y que lleve gente de confianza y sobre todo obediente.» Aniceto, oyendo decir que había venido Agerino enviado por Agripina, apareja en su fantasía un paso de comedia que representar él mismo para dar mejor color á su maldad, y fué hacer como que alzaba del suelo un puñal de los pies de Agerino, mientras refería su embajada: y luego, como si le hubiera cogido en el delito de haber venido á matar al príncjse, ase de él y le manda poner en hierros, para poder fingir con esto que Agripina había trazado á su hijo la muerte, y que, avergonzada de que se hubiese descubierto tan gran maldad, se la había dado ella á sí misma.
Divulgado en tanto el peligro de Agripina, como si hubiera sucedido acaso, todo el mundo corría á la ribera de la mar desde donde le tomaba la voz. Unos subían sobre los muelles, otros se embarcaban en los primeros barcos que topaban; muchos entraban por el agua delante todo lo que podían apear, y desde allí ofrecian las manos á los que vepían, procurando salvarse á la orilla. Al fin toda aquella costa se hinchió de lamentos, de gritos, de votos, y de demandas y respuestas inciertas y confusas, concurriendo gran multitud de gente con luces; y como entendieron que Agripina era viva y estaba libre de peligro, se preparaban para irse á alegrar con ella, cuando al comparecer de una gruesa escuadra de gente armada que los amenazó, se esparcieron todos á diferentes partes. Aniceto, habiendo rodeado de soldados la quinta donde estaba Agripina, y derribando la puerta, se fué asegurando de todos los esclavos y criados que encontraba hasta llegar á la de la cámara en que dormía guardada de pocos, habiéndose huído los demás, medrosos de los que impetuosamente iban entrando.
Había dentro de la cámara una luz harto pequeña, y sela una esclava; y Agripina por momentos se iba afligiendo .