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Cayo Cornelio Tácito.

ardiendo cada día más en el amor de Popea: la cual, no esperando que él se casase con ella, ni que repudiase á Octavia mientras vivía Agripina, usaba muchas veces de palabras picantes, y otras por vía de donaire culpaba al príncipe, llamándole pupilo, como aquel que sujeto á las órdenes ajenas, no sólo no era emperador, pero tampoco libre.

«Porque ¿á qué ocasión difería tanto sus bodas? ¿Desagradábale acaso su hermosura? ¿ofendíale la grandeza de sus abuelos, honrados con tantos triunfos? ¿temía su fecundidad y entereza de ánimo, ó que, efectuado el easamiento, ne descubriese los agravios hechos al senado, y el enojo del pueblo contra la soberbia y avaricia de su madre? Si es así, decía ella, que Agripina no puede sufrir una nuera que no sea molesta y enojosa á su hijo, restitúyanme á mi marido Otón, con quien iré de muy buena gana á cualquier parte del mundo, á trueque de oir y no ver las afrentas que se hacen al emperador, y excusar que no vayan tan mezcladas con mis peligros. Estas y otras semejantes palabras, que lágrimas y artificios eficaces de la adúltera hacían más penetrativas, no eran prohibidas por nadie, deseando todos ver menoscabado el poder de Agripina, y no persuadiéndose alguno á que el aborrecimiento de su hijo pudiera llegar á quitar la vida á su propia madre.

Escribe Cluvio que Agripina, con el ardiente deseo que tenía de conservar su grandeza, llegó á tal término, que cuando pasado mediodía se hallaba Nerón más encendido con las viandas y el vino, y finalmente borracho, le visitaba muchas veces ofreciéndosele compuesta y aparejada para cometer con él abominable incesto, y que echando de ver los que le estaban cerca por los besos deshonestos y caricias lascives los mensajeros de tan feo delito, Séneca, contra los regalos mujeriles, había buscado remedios que lo fuesen también, haciendo que la liberta Acte, mostrándose congojada, no menos de la infamia de Nerón que de su propio peligro, le dijese: «que estaba ya muy divulgado el