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Los anales.—Libro XII.

que no presumiese nadie ser juez de ellos, sino ellos mismos.» Dijo en particular á Boyocalo, «que á él, en memoria de la amistad que había tenido con el pueblo romano, le daría campos y tierras en que vivir.» Mas él, rehusando el ofrecimiento como premio de traición, añadió estas palabras: «Faltarnos puede á la verdad tierra donde vivamos, pero no donde muramos»; y así se partieron de las vistas con los ánimos indignados. Los Ansibarios llamaban para ayudarse de ellos en la guerra á los Bruteros, Tenteros y otras naciones más apartadas. Avito, habiendo avisado á Curtilio Mancia, legado del ejército superior, que pasase el Rhin mostrase las armas á las espaldas, entró con las legiones por las tierras de los Tenteros amenazando de ponerlas saco si no se apartaban de la liga. Desistiendo, pues, los Tenteros de lo ofrecido, amedrentados los Bruteros con el mismo temor, y desamparando los demás confederades los peligros ajenos, viéndose solos los Ansibarios, hubieron de tornar atrás á las tierras de los Usipios y Tubantes, de donde expelidos también, caminando de allí á los Catos y después á los Queruscos, tras una larga peregrinación, vagabundos, pobres y enemigos de todos, fué finalmente muerta la juventud, y los de edad inútil y flaca divididos en presa.

En el mismo verano hubo una gran batalla entre los Hermonduros y los Catos, mientras cada cual de estas dos naciones procuraba apoderarse de un río que las divide, cuyas aguas producen gran copia de sal (1); en que, demás del gusto con que acostumbran tratar sus cosas por vía de armas, los incitaba cierta superstición admitida entre ellos, de que aquellos lugares están los más cercanos al cielo, y que de ninguna otra parte oyen los dioses de más cerca los ruegos de los mortales. Afirmando proceder de aquí que por gracia particular de los mismos dioses nacía la sal en (1) Probablemente el Saale ó Sala.