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Los anales.—Libro XII.

mente, le imputaban á él todas las crueldades de Claudio.» Exeusábase él con decir «que no había emprendido alguna de estas cosas voluntariamente, sino por orden del príncipen; hasta que le atajó César diciendo «que le constaba por las memorias y escritos de su padre no haber forzado jamás á ninguno á tomar á su cargo: acusaciones. Entonces acude por excusa á las órdenes y mandatos de Mesalina, con que comenzó á desacreditar sus defensas; porque «¿cómo era posible, decían, que no se hallase otra lengua que la de Suilio para servir á la crueldad de aquella mujer deshonesta? Que era tanto más conveniente y justo castigar los ministros de las cosas atroces, cuanto después de quedarse con el precio de sus maldades, procuraban cargar ellos la culpa sobre las espaldas de otros.» Con esto, quitándole una parte de sus bienes, dándose otra parte á su hijo y á su nieta, y sacándose también lo que por testamento de su madre y de su abuelo le pertenecía, fué desterrado á las islas Baleares, no perdiendo jamás el ánimo en la discusión de la causa, ni menos después de la condenación. Dijose que sufrió alegremente aquella soledad y destierro, viviendo una vida regalada y espléndida. Y queriendo los acusadores que se procediese contra Nerulino, su hijo, en odio de su padre, imputándole de hechizos y otros delitos, se interpuso el príncipe, diciendo que se había ya cumplido bastantemente con el castigo.

En este tiempo Octavio Sagita, tribuno del pueblo, fuera de juicio con los amores de Poncia, mujer casada, comprando primero el adulterio con grandes dádivas, y después el divorcio prometiendo de tomarla por mujer, concierta las bodas. Mas Poncia, en viéndose suelta del primer matrimonio, comienza primero á poner dilaciones, diciendo que su padre no consentia. Y finalmente, entrando en esperanza de marido más rico, le falta á la palabra y se desdice de la promesa. Octavio en contrario, quejándose unas veces y otras amenazando, llamaba á los dioses por testigos