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Cayo Cornelio Tácito.

de la décima; el bagaje marchaba cerrado dentro de la ordenanza, y la retaguardia iba defendida de mil caballos, á quien se ordenó que siendo acometidos de cerca peleasen, mas que no siguiesen al enemigo aunque le viesen huir.

En los cuernos marchaban los infantes flecheros y el resto de la caballería, habiendo extendido algo más el cuerno siniestro hacia abajo de los collados; porque si el enemigo se atrevía á entrar por allí á la carga, pudiese ser ofendido en forma de arco por la frente y por el fondo de nuestro ejército. Tiridates acometía á los nuestros por todas partes, aunque sin arrimarse á tiro de dardo, unas veces amenazando la arremetida, otras mostrándose medroso, para dar ocasión de apartarlos de la ordenanza y oprimirlos en desorden. Mas viendo que cada cual estaba advertido, y que sólo un decurión de caballos, que saliendo de su tropa temerariamente quedó atravesado de saetas, con cuyo ejemplo los demás se hicieron más obedientes, acercándose ya la noche, se retiró.

Corbulón, plantado en aquel mismo lugar su alojamiento, estuvo en duda si con las legiones desembarazadas era bien seguir á la noche el camino de Artajata, para ponerle sitio, pensando que Tiridates se habría metido dentro. Mas advertido por los espías de que tomaba otro camino, incierto si hacia los Medos ó los Albanos, se resolvió en esperar el día, enviando delante los armados á la ligera para que entretanto rodeasen los muros y comenzasen sitio á lo largo. Mas los de la ciudad, abriendo las puertas, se dieron á discreción y á merced de los Romanos, que fué su salvación; porque la ciudad se hizo ceniza y se desmanteló hasta los cimientos, por no poderse sustentar sin grueso presidio, en razón del gran circuito de los muros, no teniendo nosotros tantas fuerzas que bastasen para dividirlas en presidios y continuar la guerra en campaña. Y si se dejab entera y sin guardia, no se sacara provecho alguno ni honra de haberla ganado. Añaden que se vió aquí un milagro,