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Los anales.—Libro XII.

ralla; á otros con escalas ordena que trepen hasta las almenas del castillo; á otros muchos manda que arrojen con ingenios hachas y lanzas de fuego. Alojáronse también en los lugares competentes los honderos y los que tiraban la mano, para con piedras y pelotas de plomo tirar continuamente á las defensas, haciendo igual por todas partes al enemigo el daño y el temor. Fué tal después el ardor y fiereza del ejército, que antes que pasase la tercera parte del día fueron barridos los muros de defensores, rotas las puertas, escaladas las murallas y muertos todos los mayores de catorce años, sin pérdida de un soldado tan sólo de nuestra parte, y pocos heridos. Vendida, pues, al encante la turba inútil de viejos, mujeres y niños, quedaron las demás cosas por premio del vencedor. La misma fortuna tuvieron el legado y el teniente maestro de campo general, habiendo ganado en un día tres castillos; los demás se rindieron, parte de miedo y parte de voluntad de los moradores.

Esto dió ánimo á los nuestros de hacer la empresa de Artajata, cabeza del reino. Con todo eso, no pareció llevar las legiones por el camino más corto, por no descubrirse á los tiros del enemigo al pasar el puente del rio Araxes, que baña los muros de la ciudad, sino por el vado más ancho y más apartado. Tiridales en tanto, combatido de la vergüenza y del temor, porque dejando asentar el cerco mostraba lo poco que se podía confiar en sus fuerzas, y tentando el socorro, temía el encerrarse con su caballería en aquellos lugares estrechos y embarazosos, se resolvió finalmente en mostrarse en batalla y darla aquel propio día, si se le ofrecía ocasión, ó fingiendo retirarse, procurarla para ejecutar algún engaño. Así, pues, al improviso rodea las escuadras romanas que marchaban, no ignorándolo nuestro capitán; el cual, para remedio de este acometimiento, había ordenado el ejército de suerte que pudiese juntamente defenderse y marchar. La tercera legión llevaba el lado derecho, el siniestro la sexta, en medio la gente escogida