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Los anales.—Libro XII.

con grande afán la tierra. A muchos se les helaron las extremidades de los dedos, y algunos murieron en la centinela. Por cosa señalada se notó que un soldado que trafa un haz de leña se le helaron de suerte las manos, que asidas á la fagina, las arrojó de los brazos, quedándose solo los troncos de ellos. Corbulón, vestido harto ligeramente, con la cabeza descubierta, hallándose siempre en la ordenanza cuando se marchaba, y en los trabajos loando los valerosos y confortando los débiles, daba á todos un natural y propio ejemplo. Y porque con todo eso habia muchos que por el rigor del tiempo y de la milicia se huían y desamparaban el campo, libró en el rigor toda la fuerza del remedio; porque allí no se perdonaba como en los demás ejércitos á primera y á segunda culpa, mas quien se atrevía á desamparar una vez la bandera, lo pagaba luego con la vida: remedio que calificó la experiencia por más saludable y mejor que la piedad y misericordia. Porque entre éstos fueron muchos menos los que desampararon el campo, que entre los otros donde se perdonaba.

Entretanto, Corbulón, habiendo tenido las legiones en los alojamientos hasta que entrase bien adelante la primavera, y puestas en lugares convenientes las cohortes auxiliares, les advirtió que en manera alguna fuesen ellos los primeros á trabar la batalla. El cuidado de gobernar estos presidios le dió á Pactio Orfito, que había sido primipilar.

A éste, aunque había escrito al general que los bárbaros estaban desapercibidos y que se ofrecía buena ocasión de darles una mano, se le respondió que no saliese de sus fuertes hasta que le llegasen mayores fuerzas. Mas él, menospreciando este mandato, á la llegada de algunas pequeñas tropas de caballos venidos de los castillos circunvecinos, que poco experimentados pedían la batalla, llegando á las manos fué roto. Y con su daño, atemorizados los que habían de socorrerle, se pusieron también en huída hasta sus alojamientos. Sintió mucho este suceso Corbulón, el cual,

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