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Cayo Cornelio Tácito.

lo mucho que pudo con el príncipe el ser éste uno de los priucipales ministros de sus lujurias. De Plauto no se trató cosa por entonces.

Fueron acusados poco después de esto Palante y Burrho de haber consentido en hacer emperador á Cornelio Sila, no menos por la claridad y nobleza de su sangre, que por la afinidad que tenía con Claudio, como marido de su hija Antonia. Autor de esta acusación fué un cierto hombre llamado Peto, harto conocido por el oficio que tenía de cobrar y vender los bienes de los deudores al tesoro público, y después mucho más por la vanidad y mentira que usó en este negocio. Sin embargo, no fué tan agradable la inocencia de Palante, cuanto insufrible y demasiada su arrogancia: porque nombrados sus libertos por cómplices, con quien él confería estos intentos, respondió: «que en su casa no acostumbraba mandar cosa alguna sino por señas, ó con la cabeza, ó con las manos, y cuando era necesario declarar muchas, tomaba por expediente el darlas por escrito por no acompañar su voz con la de gente tan baja.» Burrho, aunque culpado en esta causa, concurrió entre los jueces y dió su voto. Fué al fin desterrado el acusader, y quemáronse unos papeles suyos en que iba sacando á luz las memorias ya olvidadas del erario.

Al fin de este año se quitó el cuerpo de guardia de una cohorte que solía asistir cuando se celebraban fiestas en el teatro para dar aquella apariencia de libertad, y porque los soldados, quitada la ocasión de mezclarse en la licencia de los teatros, viviesen con mayor disciplina; y juntamente por probar si la plebe se conservaba en modestia sin aquel freno. También César, por consejo de los arúspices, purificó la ciudad con sacrificios, habiendo tocado un rayo en los templos de Júpiter y de Minerva.

Siendo cónsules Quinto Volusio y Publio Scipión, gozaban los de fuera de una ociosa paz, y dentro de Roma se padecía grandemente por las crueles, feas y pesadas travesuras