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pues, por más que trabajaran, nada conseguirían. ¿Cómo podrían conocer todas las necesidades del país, si para llegar a muchos puntos de él se necesitan días y días de viaje? Y aun dentro de una misma ciudad o pueblo me- dianamente grande, ¿sería posible, acaso, que una o dos personas se ocuparan de cosas tan diferentes como son: mantener el orden en las calles, cuidar del aseo, vigilar las escuelas, los hospitales y las cárceles, mandar a los sol- dados y otras muchas tareas tan importantes como éstas, que enumeraré después?

Por eso, pues, el gobierno de cada pueblo o ciudad está confiado a cierto número de individuos, cada uno de los cuales desempeña determinada tarea: unos, se ocupan de velar por la seguridad de los habitantes; otros, de la higie- ne pública; otros, de la educación de los niños; otros, de resolver las disidencias entre los vecinos; y todos, en una palabra, de velar por el bienestar moral y material de los habitantes del pueblo o ciudad que les confía tan honrosa misión, y que al confiársela les reconocen la autoridad necesaria para poder cumplirla. Al conjunto de personas que desempeñan esas funciones se da el nombre de auto- ridad o gobierno municipal.

Pero si cada pueblo o ciudad se gobierna interiormente a sí mismo, es de suponer que alguien debe gobernar en conjunto esos pueblos y ciudades, a fin de llenar las necesi- dades generales y velar por la buena armonía entre ellos. Reconociendo esa conveniencia, los pueblos todos de cada provincia, de común acuerdo, nombran a su vez las autori- dades o gobierno provincial, al que le designan para resi-