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Bosques que guardan la cuna, Como muralla sagrada,
Del Paraná, cuyas ondas Besan y lavan su planta,
Hay un árbol gigantesco
De alto tronco y hojas anchas, De que el guaycurú valiente Fabrica flexibles lanzas.
Árbol que el rayo respeta Y acarician las borrascas, Que el sol del trópico quema Con sus torrentes de lava;
Árbol que en la primavera Se viste de flores pálidas Que airoso lleva en la frente Como guirnalda dorada.
Sabe el indio, de esas flores Una leyenda fantástica Que repite en el silencio De las noches estrelladas.
Dice que en el rubic seno De su corola gallarda
Se anida una mariposa De fosforescentes alas.
Habitante misterioso
Que sólo han visto las auras Cuando pasan, murmurando De las ondas la inconstancia.
Mariposa que en un día Rompe su cárcel dorada Y va a confiar a otras flores Los secretos de su alma.
¿Qué les dice? ¿Qué les cuenta? Sólo lo saben las auras Confidentes de las penas
De aquellas selvas sagradas.
Corto es su viaje, muy corto, Apenas luce sus galas
Ya siente venir sobre ella Las noches y las borrascas.
Y va a ocultarse de nuevo Bajo las rastreras plantas
Dejando a la selva atónita El recuerdo de sus gracias.
Muere o vive. No se sabe. Tal vez ni las mismas auras Con sus coloquios dulcísimos Se atreven a despertarla.
Pero un día se alza erguido El guayacán de- hojas anchas, Del polvo que aquel insecto Fecundizó con sus alas.
Preciosa historia, a fe mía, id Historia de amor y lágrimas
Que merece acompañarse
Con los acordes del arpa.
Es la historia, hija querida, Llena de inocente gracia, De la mujer en el mundo De mil peligros cercada.
Es su destino muy grande Aunque se oculte ignorada, Fecundar con sus virtudes De la familia la planta.
OLEGARIO V. ANDRADE. (Argentino.)