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Y

ARCILLA, ARENA Y HUMUS

Las «alumnas de la señorita Matilde entraban a clase muy contentas aquella mañana. Además de sus útiles, casi todas llevaban en la mano un paquete que parecían cuidar como si se tratara de algo muy frágil y precioso.

Minutos después, sobre cada banco se veía ya un ta- rrito de lata, ya una bolsa de papel, ya un frasco de boca ancha, pero todos esos recipientes contenían una misma cosa: tierra, pues el encargo de la maestra consistía en que cada niña se procurase y llevara a clase un poco de tierra.

— La mía es del jardín de enfrente — dijo Cecilia.

— La mía es de la calle, que aún no tiene empedrado — agregó Elena.

— Yo he recogido ésta de la orilla del arroyo — conti- nuó Sofía.

— Ésta es la que emplean los albañiles para hacer las mezclas, en una casa en construcción — concluyó Susanita.

Sonrieron las otras niñas, y una le dijo por lo bajo:

— Esa no es tierra, sino arena, Susana. .

— ¿Quién tiene tierra húmeda? — preguntó la señorita.

— Yo — contestó Noemí.

— Colócala sobre mi escritorio. Y prosiguió preguntan- do: — ¿Quién ha conseguido tierra muy seca y finita como polvo ?

Varias niñas levantaron.sus frascos, y la maestra tomó uno, poniéndolo junto al anterior. De este modo fué eligiendo diversas clases de tierra: negra, grisácea, rojiza, mezclada con piedritas o bien con arena. Al pasar delante

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