— 236 —
¡Qué miedo tenía yo de que se muriera mi pro- tegido! Como sabía que los pollitos necesitan mu- cho calor durante 'sus primeros días, arreglé una canasta con trapos de lana que calentaba; pero viendo que eso no era suficiente y que Pompón tem- blaba, coloqué en el fondo de la canasta unas piedras calien- tes que mantuvieran abrigado el nido.
Al principio alimenté a Pom- pón con alpiste y pan mojado; pero a la semana ya picoteaba las verduras.
Lo que más nos divertía era verlo tomar agua, alzando el piquito como si fuera a hacer gárgaras.
Mis temores de que Pompón muriera desapare- cieron pronto; el pollito empezó a echar canutos de los que salieron hermosas plumas blancas, y al mes correteaba por la huerta haciendo pío pío continua- mente.
Me seguía por todas partes como un perrito y cuando me sentaba se subía a mis rodillas con gran confianza.
Cuando llegaba la tarde y quería dormir, corría detrás de mí picándome los zapatos y piando.
Entendía cuando lo llamaba por su nombre, y