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y empezamos a temer por ella, pues no había to- mado alimento durante dos días. Mamá resolvió sacarla del nido para ver cuántos pollos había y tirar los demás huevos.

¡Cuál sería nuestra pena al no ver moverse sino a uno de los polli- tos! El otro estaba muerto. En cuanto a los huevos, nota- mos, al romperlos, que unos pocos con- tenían pollos muer- tos; los demás esta- - ban revueltos. Mamá quiso hacer comer a la ga- Ilina, pero ésta se negó, echándose en un rincón: parecía enferma. Dos horas después la encontra- mos muerta; a su lado, el pollito picoteaba tranqui- lamente la harina de maíz mojada que le habíamos puesto.

Mis hermanos y yo lloramos a la pobre gallina cuando la enterramos en el fondo de la huerta.

Había que pensar en el pollito; y como yo le había tomado ya gran cariño, resolví encargarme de su cuidado. Desde el primer momento dijimos que parecía un pompón de seda; y Pompón le quedó por nombre.