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el gusanito blanco empezó a sentirse cansado. «¿Qué hago aquí? —se dijo. — Ni los du- raznos ni las hojas tiernas me gustan ya.» Y, como estaba t prendido de una hoja, deter- minó enroscarla sobre su cuer- po, haciendo con ella un car- tucho, dentro del cual pudiera echar un sueño.

Cuánto tiempo duró: ese sueño, nunca lo supo; pero un día despertó sobresaltado: su piel, su bo- nita piel blanca, que lo asemejaba a un diminuto oso polar, se le desprendía del cuerpo y no tardó en caer hacia abajo como si fuera una media.

El gusanito se tentó y comprendió que tenía una piel nueva; pero en aquella obscuridad era imposible juzgar de su belleza.

Rompió entonces la vaina en que había estado encerrado, y estiró la cabeza fuera: dos cuernitos asomaron con ella, y, estirándose un poco j más, sacó dos patitas mucho 3 más largas y finas que las pri- mitivas.

«Salgamos un rato al sol» — se dijo. Por un momento la