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Angélica. — Yo connzco un loro que sabe saludar. A toda persona que entra a la casa el lorito le grita: buen día, ¿cómo te va? Pero lo cierto es que para él no pasa nunca la mañana, pues aunque la visita llegue de noche, el loro le dice siempre: buen día, ¿cómo te va?

Elisa. — Más curioso es el loro de la confitería de enfrente. Imita con tal verdad la voz de sus due- ños, que a veces la señora, oyendo decir al loro: María, ¿no almorzamos? responde, creyendo que es su esposo el que habla: al momento, Antonio, están poniendo la mesa.

De oír a los chicos ha aprendido la tabla, y a ve- ces repite a gritos: dos por uno, dos; dos por dos, cuatro, y al llegar a dos por tres, dice cinco, sin que consigan corregirle de su error.

Carlos. —Para mí el perro le lleva siempre una ventaja al loro. Por más entretenido que sea oír a éste decir tantas gracias, cualquiera se quedará con el perro cuando se trate de guardar la casa. ¿Qué podría hacer el loro por sus amos, si de noche los asaltaran los ladrones?

Sta. Raquel. — Conozco a una anciana que, en tal caso, no cambiaría su loro Borbón por los perros más bravos del mundo.

Adriana. — ¿Por qué? señorita.