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EL ALMA DE LA MUJER 87 pensar que hayan podido casarse con ella por su riqueza o posición social, o de que la aprecien porque se dé maña para la costura y es económica, o porque sabe de modista o tiene dotes literarias; en una palabra. porque sabe ganar dinero. Quiere la mujer ser amada, no por las ventajas que pueda ofrecer, ni por aquello que cualquiera otra mujer podría ha- cer como ella, sino por lo que ella tiene de peculiar y pro- pio, por sus cualidades y defectos personales, por su modo de ver, pensar y Obrar, por su modo de amar, por su manera de ser, por su personalidad y el hechizo que de ella se des- prende.

Late en este sentimiento algo de esa aspiración común a todos los seres humanos, a dejar de suyo perecedero algu- na huella en el mundo inmortal. Obligadas las mujeres, to- das ellas, a ejercer las mismas ocupaciones, no pueden traba- jar otro campo que ellas mismas, ni dejar de sí otra huella visible que sus hijos y ellas mismas, de suerte que su vida entera la emplean en laborar por su perfección; su indivi- dualidad es su obra y no hay que extrañar que la tengan en tanta estima.

A la mujer no la arredran la muerte, el dolor ni el sa- crificio; lo que sí la aterra es morir sin ser comprendida de aquellos a quienes ama y por los cuales sacrificó su vida. Berta in the lane, de Isabel Browning, la huérfana. que des- pués de haber criado a su hermanita, le cede lo que de más preciado tiene en este mundo—su novio—; sólo desea una cosa antes de morir, que su ex novio sepa que ella le ama todavía, con toda la pasión de que es capaz y que el amor fué quien le inspiró el sacrificio supremo.

Una sola cosa pídele la Kovalewski a la Loeffler, con- fidente de sus pensamientos; que después que haya muerto, escriba ella su historia, pero su historia verídica, a fin de que todos puedan comprenderla.

Y es que para una mujer morir sin haber sido compren- dida, equivale a no recibir compensación alguna por los in- finitos sufrimientos que la vida costole: es tanto como no haber vivido.