EL ALMA DE LA MUJER 23
LA CLAVE DEL ALMA FEMENINA: SU. ALTEROCENTRISMO
Es inútil negarlo. La mujer no es igual al hombre. Co- jamos cualquier novela, un poema antiguo o moderno, y veamos de traducir a lo hombruno las más notables heroí- nas que en él figuren. Figurémonos por un instante troca- das en varones a las mujeres del Antiguo y del Nuevo Tes- tamento, Rebeca, Noemí, Ruth, Magdalena, María; imagi- nemos como hombres a Elena, Hecuba, o sin ir más lejos, a la Eugenia de Balzac, la Rebeca de Walter Scott o la Do- rrit de Dickens, y decidme en conciencia si las figuras que salieron de ese trueque no habrían de resultar ridículas y MONSÍFUOSAS,
Prescindiendo de esas diferencias físicas e intelectuales que hay entre ambos sexos y que a nadie se le ocultan, existe una que sobre todas las demás descuella, siendo la base de que se derivan, y es esta: Que la mujer es altruísta, o mejor dicho, alterocentrista, en el sentido de que no concentra sus placeres y ambiciones en sí misma, sino en una tercera per- sona, a la que ama y de la cual desea ser amada: el marido, el padre, los hijos, el amante, etc.
Siendo como es la mujer, sensible a los goces y dolores de los demás seres con quienes convive, no es capaz de go- zar, crear o destruir lo más mínimo, con independencia de aquéllos, sin contar con su aprobación o censura y haciendo caso omiso de su afecto. Siendo como es la hembra, insen- sible a los placeres egoístas del gusto, la vista, el oído y el intelecto, no puede gozar, crear ni hacer cosa alguna, como no tenga alguien en quien pensar y que en ella piense, alguien con quien y por quien poner en juego sus facultades. La mu- jer, ávida de vivir para los demás, pronta a sacrificarse por ellos, rebosando gratitud por los favores que le dispensan, padece lo indecible cuando los demás no le muestran grati- tud a ella, cuando no hay quien la atienda y mime, cuando no hay alguien que por ella viva y esté dispuesto a sacrifi- carse, y se indigna y encoleriza y angustia alternativamente