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EL ALMA DE LA MUJER 211


colaborar la mujer; ni perplejidad borrascosa que con su pa- labra no pueda abonanzar el hombre. Cuando éste haya aso- ciado a su trabajo la mujer, y se ocupe en dirigir su vida, aquélla se crcerá amada y será feliz, cualesquiera que sean los sacrificios que se le demanden.

Esta educación del hombre debería estar a cargo de' la mujer, y se halla a su vez relacionada y subordinada a una educación e instrucción moral adecuada de aquélla.

Para que el educador pueda ejercer alguna influencia en el educando, es menester que por todos conceptos le aven- taje, y que el discípulo lo reconozca así.

Para que la mujer eduque moralmente al hombre, ha- brá de serle superior, y habrá aquél de reconocer esta superio- ridad, lo que podrá lograrse cuando la superioridad sea co- lectiva.

Sólo la mujer que practica la virtud y aquella que supo refrenar los naturales celos que la convierten en la enemiga nata de las demás mujeres, podrán educar al hombre y ha- cer que éste reconozca la virtud de la mujer. Mas suele su- ceder, por el contrario, que la mujer que debería ser quien al hombre le revelase las virtudes de su sexo, resulta maestra in- comparable en el arte de ponerle de manifiesto sus defectos y lacras.

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Pero la educación tiene sus límites que no es posible tras- pasar; puede dirigir los instintos, pero no puede matarlos. El concepto que el hombre se forja del amor, es como es. y ha dz engendrar siempre fatalmente tragedias. Sólo el per- dón generoso y completo por parte de la mujer, podrá con- jurar estas tragedias y evitar sus consecuencias. No debe ol- vidar la mujer que un perdón serio y total en un momento oportuno, puede representar la salvación de la familia y de ella misma. Los dos conceptos tan diferentes del amor, tan desfavorables en cierto sentido a la mujer, no podrán conci- liarse nunca como no esté la mujer dispuesta a perdonar. Y no ha de olvidar la mujer que su despecho puede recaer, en último término, sobre sus hijos y sobre ella misma, cuya