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206 GINA LOMBROSO III A E ti

No hay que olvidar, cuando se establecen reglas en amor, que aun dentro de la mayor libertad, puede el amor nacer y extinguirse unilateralmente.

La superioridad moral que la sociedad exigía de la mu- jer, las renuncias y deberes que les imponía, venían a ser los mínimos necesarios para garantizarle, incluso a la buena, el mínimum de derechos especiales a que aspiraba, soliendo re- sultar con mucha frecuencia hasta venero de íntimas satis- facciones.

Para la mujer maternal—amor es sinónimo de abne- gación, de sacrificio—es abnegación y sacrificio por instinto, y ya acepte esta idea, ya se le imponga como deber, ningún deber le será más grato, sobre todo si cuenta con la prome- sa de rico galardón, el respeto y el prestigio que corresponde de derecho a un individuo, al cual se le reconoce y acredita una colaboración desinteresada al bien común. Pero si no se le impone el sacrificio, si se la enseña a calcar su amor sobre el patrón del hombre, a medir los sacrificios que está dis- puesta a hacer por los que el hombre no está dispuesto a rea- lizar, si se la persuade para que no dé de sí sino aquello por lo que pueda esperar compensación adecuada, resultará que la flor de las mujeres seguirá sacrificándose todavía por instin- to; como sigue empollando la llueca cuando se le quitan los huevos, pero será objeto de befa por seguir queriendo sa- crificarse teniendo francos ante sí tantos caminos de placer. Y si logra reprimir en el fondo de su alma ese altruísmo de que la naturaleza la ha dotado, para adoptar los vicios de los hombres, no encontrará en ellos los goces que el hombre halla y encima se acarreará la burla inmerecida, más no por eso menos sensible, del vulgo, que a mandíbula batiente se reirá de su incapacidad para caminar por la nueva senda.

Sí; su altruismo le ocasionará terribles angustias, des- ilusiones terribles; sólo que para ella resultarán menos te- rribles y menos desastrosas en su consecuencia que la simple apatía. La necesidad que de amar siente la mujer es el nudo que constituye la tragedia de su vida; pero es que, fuera de esto, no existe la vida para ella. Es ingrato el hombre, serán ingratos. los hijos, será ingrato el mundo entero, por no adi- vinar ni comprender esta necesidad del corazón femenino.