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hermano, hasta el punto de traducir de corrido, confiesa que no sabía cómo se las arreglaba. Tal modo de aprender tiene muchas ventajas incluso sobre aquel otro mecánico, tanto más cuanto que no lo excluye, y también sobre el procedimiento masculino, ante todo la de no cansar. Sólo que la ciencia aprendida de esta suerte no resulta estable ni comunica nun- ca esa seguridad que al hombre le infunde el haber apren- dido lógicamente las cosas.

Poseyendo un cierto grado de intuición y una memoria normal, puede una muchacha seguir los estudios varoniles con mucha menor fatiga que un chico; mas no puede obtener de ellos los mismos resultados. La ciencia es, en estas condicio- nes, una verdadera distracción, una novela cuyo desenlace es- tamos a cada paso buscando y encontrando, no un medio para elevarse más arriba.

En ninguno de esos dos casos aguza el estudio la inte- Higencia femenil, ni le infunde, como algunas veces al hom- bre, el amor al estudio: es decir, que en ninguno de ambos casos hace el estudio que la muchacha se acostumbre a pen- sar, reflexionar, deducir, abstraer, enlazar y coordinar sus ideas, El estudio no modifica la forma de su mente que se estimula al trabaio, no mediante abstracciones, sino por la fuerza de la emoción.

Y ésta cs la razón de que la mujer necesite entrar en el

mundo abstracto de la ciencia, la política y las letras por la puerta de lo concreto y de que en otros siglos, cuando no la acuciaba ese extraño deseo de ser, fúndase para su sexo otras universidades distintas de las masculinas y cuya importancia social no fué ciertamente menor, no obstante no exigirse for- malidad alguna para ingresar en ellas ni expedirse tampoco ningún título a quienes cursaban sus estudios: los salones. Allí-en su propia casa o en otras casas análogas, en el trato con personas a las que conocía personalmente, pudiendo dis- cutir con ellas de historia, de filosofía y de política, sin ci- tar nombres ni fechas, era donde la mujer de los pasados si- glos aprendía y hasta sin advertirlo enseñaba las ciencias, asimi- lándose cuanto de concreto podían ofrecerle los hombres es- tudiosos y poniendo, en cambio, a su servicio su intuición sutil y su rápida adivinación. Los salones literarios, donde