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y su movimiento incierto,
cuéntanle al que llora á un muerto
algo de la eternidad.
Diego. ¿Sí? (Despues de una pausa.)
Faustino. (Con sencillez y convicción á la par.)
Apenas mi hermana Rosa
dejó al nacer este suelo,
soñé que subia al cielo
convertida en mariposa.
Las leves alas batia
á impulsos del aire blando,
y, el espacio atravesando,
¡subia, Diego... subia!
Al terminar su jornada,
(Con sentimiento y regocijo.)
de frió las alas yertas,
besó las macizas puertas
de la celestial morada;
y cuando el Reino sagrado
le abrió la angélica hueste,
cayó en el Manto Celeste
de luceros tachonado.
(Llorando de pesar y de júbilo.)
—A mi madre con placer
se lo conté al despertar
y... cesando de llorar...
(Se enjugan las lágrimas,)
me dijo:—«Bien puede ser.
(Diego sigue pensativo contemplando las mariposas
que por el fondo cruzan.)
Son las estrellas tan bellas
y brillan tan silenciosas,
que quizás son mariposas
convertidas en estrellas.»—
Desapareció el sombrio
velo de su hermosa tez