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rrección mientras permanece frío íntimamente. Este es el indiferentismo práctico, al que parece inclinarse principalmente el espíritu nacional francés. De él sólo está un paso la burla sacrílega, que en el fondo, considerando su valor íntimo, dista poco de una completa abjuración.

Recorriendo en una rápida ojeada las demás partes del mundo, encontramos en los árabes los hombres más nobles del Oriente, aunque con una sensibilidad que degenera mucho en lo extravagante. Es hospitalario, generoso y veraz. Pero sus narraciones y su historia, y en general sus sentimientos, van siempre mezclados con algo maravilloso. Su imaginación calenturienta le hace ver las cosas en formas monstruosas y retorcidas, y hasta la difusión de su fe religiosa fué una gran aventura. Si los árabes son como los españoles del Oriente, son los persas los franceses de Asia: poetas, corteses y de gusto bastante fino No se ajustan estrictamente al Islam, y conceden a su carácter dispuesto a la alegría una in terpretación bastante suavizada del Corán. Los japoneses podrían ser considerados como los ingleses de esta parte del mundo, si bien sólo por la constancia que degenera hasta la terquedad más exagerada, por la bravura y por el desprecio de la muerte. Por lo demás, muestran pocas señales de un gusto delicado. El gusto de los hindos se inclina, sobre todo, a un género de monstruosidades que cae en lo extravagante. Su religión tiene toda ella este carácter. Idolos de figura extraña,