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sólo de inspiración inmediata y de vida contemplativa, mientras el supersticioso hace votos ante las imágenes de grandes santos y pone su confianza en la superioridad imaginada e inimitable de otras personas sobre su propia naturaleza. Aun en los extravíos se muestran, como hemos notado, señales del carácter nacional; así el fanatismo[1] se ha encontrado principalmente, por lo menos en tiempos precedentes, en Alemania e Inglaterra, y es como una excrecencia monstruosa del sentimiento noble correspondiente a estos pueblos. En general, no es, ni mucho menos, tan dañino como la inclinación supersticiosa, aunque en el principio sea impetuoso. El acaloramiento de un espíritu fanático va enfriándose poco a poco, y por su propia naturaleza acaba en una moderación ordinaria, mientras que la superstición arraiga imperceptiblemente más hondo en un estado espiritual reposado y sufrido, y quita por completo al hombre en quien hace presa la confianza necesaria para libertarse de una fantasía dañina. Finalmente, un hombre vanidoso y ligero es incapaz siempre de sentir fuertemente lo sublime; su religión carece de ternura, y es las más veces sólo una cuestión de moda, que él cumple con co-


  1. Conviene distinguir siempre el fanatismo del entusiasmo. Aquél cree sentir una inmediata y extraordinaria comunidad con una naturaleza superior; éste significa aquel estado en que el espíritu se halla encendido por un principio cualquiera más allá del grado conveniente, ya sea por la máxima de la virtud patriótica, de la amistad o de la religión, sin que en ello intervenga para nada la idea de una comunidad sobrenatural.