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hombres, el primero de los cuales está contaminado de este sentimiento, mientras el otro tiene un carácter más frío y moderado, el primero, aunque sea en el fondo más inteligente, será llevado por su inclinación dominante a creer en algo fuera de lo natural más fácilmente que el segundo, preservado de este extravío no por su inteligencia, sino por un sentimiento flemático y vulgar. El supersticioso gusta de colocar entre él y el supremo objeto de la adoración ciertos hombres poderosos y extraños, gigantes, por decirlo así, de la santidad, a los cuales obedece la naturaleza, y cuyas voces mágicas abren o cierran las puertas férreas del tártaro; hombres que, tocando el cielo con la cabeza, apoyan sus plantas en la baja tierra. Las enseñanzas de la sana razón tendrían, por tanto, que vencer en España grandes obstáculos, y no por tener que expulsar a la ignorancia, sino porque se opone a ella un extraño gusto, que considera vulgar lo natural y no cree nunca experimentar una sensación sublime si su objeto no es extraordinario.

El fanatismo es una especie de temeridad piadosa, y lo ocasionan un cierto orgullo y una excesiva confianza en sí mismo para aproximarse a las naturalezas celestes y alzarse en un vuelo poderoso sobre el orden común y prescrito. El fanático habla


    rácter atrevido, preparado por diversas experiencias, en las cuales muchas cosas raras han resultado, a pesar de todoverdaderas, prescinde pronto de los pequeños escrúpulos que detienen en seguida a una inteligencia débil y desconfiada, y la preservan a veces del error, sin que esto signifique una superioridad propia.