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dición lo aparta todo lo posible del gusto delicado, porque resulta claramente un necio; no es, en verdad, un medio para satisfacer el sentimiento del honor el atraerse el odio y la burla por el manifiesto desprecio de todo lo circunstante.

En el amor tienen los alemanes e ingleses un estómago bastante fuerte, con sensibilidad algo fina, pero que participa más del gusto sano y rudo. El italiano es, en este punto, soñador; el español, fantástico, y el francés, sibarita.

La religión de nuestro continente no es cuestión de un gusto caprichoso: su origen es más venerable. Por eso sólo las exageraciones y lo que es propio de los hombres pueden mostrar indicios de las diferentes cualidades nacionales. Reduzco tales exageraciones a estos conceptos principales: credulidad, superstición, fanatismo e indiferentismo. Crédula es las más veces la parte ignorante de todo pueblo, aunque no tenga ningún apreciable sentimiento más delicado. Su convencimiento proviene sólo de lo que ha oído y de las apariencias externas, sin que le muevan motivos de una sensibilidad delicada. 'En el Norte podemos encontrar ejemplos de este género de religiosidad en pueblos enteros. El crédulo, cuando tiene un gusto extravagante, se convierte en supersticioso. Este gusto contiene ya de por sí una tendencia a creer fácilmente cualquier cosa[1]; de dos


  1. Se ha notado por lo demás que a los ingleses, a pesar de ser un pueblo de tan buen sentido, se les puede inducir a veces fácilmente a creer en una cosa absurda y singular, afirmándosela sin vacilaciones. Y es que un ca-