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amabilidad y de los buenos modales; por lo demás, una persona vanidosa de uno u otro sexo no se ama más que a sí misma; la otra no pasa de ser su juguete. Como entre los franceses, aunque no falten las cualidades nobles, sólo pueden ser animadas por el sentimiento de lo bello, podría aquí tener el bello sexo un influjo más poderoso, para despertar y avivar los más nobles actos del masculino, que en ningún otro sitio del mundo, si se hubiese pensado en favorecer un poco esta dirección del espíritu nacional. Es lástima que los lirios no hilen.

El peligro que bordea más de cerca este carácter nacional es lo frívolo o, con expresión más cortés, lo ligero. Cosas importantes son tratadas como bromas, pequeñeces sirven para una ocupación seria. Ya anciano, canta todavía el francés canciones alegres, y en lo posible es también galante con las damas. Para estas observaciones tengo a mi lado grandes autoridades precisamente de un mismo pueblo, y detrás de un Montesquieu y un D'Alembert me pongo a cubierto de toda posible protesta.

El inglés es glacial siempre cuando uno comienza a tratarle, y se muestra indiferente con un extraño. Se inclina poco a menudas complacencias; en cambio, una vez hecho amigo, está dispuesto a prestar grandes servicios. No trata de ser ingenioso en sociedad o de mostrar una actitud amable; en cambio, es juicioso y grave. Imita mal, no se pregunta por lo que piensan los demás,