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artes secas o profundas. En él no tiene un bon mot el valor pasajero que en otras partes; se le hace circular con entusiasmo y se le conserva en libros como el más importante acontecimiento. Es un apacible ciudadano, y se venga de los vejámenes de los arrendadores generales con sátiras o con representaciones en los Parlamentos, que después de haber dado, según su propósito, un prestigio patriótico a los padres del pueblo, no consiguen más que ser coronadas con un aplazamiento honorable y cantadas en ingeniosos versos encomiásticos. El punto donde se concentran principalmente los méritos y las condiciones nacionales de este pueblo es la mujer[1]. Y no porque sea más amada o apreciada que en otras partes, sino porque presta ocasión para poner de manifiesto los más preferidos dones del ingenio, de la


  1. La mujer en Francia da el tono a todas las reuniones y a todo el trato. Y no se puede negar que las reuniones sin el bello sexo son bastante insípidas y fastidiosas; pero si la mujer da en ellas el tono bello, el hombre deberá dar el noble. De otro modo el trato resulta igualmente fastidioso, pero por otro motivo; porque nada es más repugnante que una dulzura empalagosa. Según el gusto francés, no se pregunta: "¿está el señor en casa?", sino "¿está la señora en casa?". La señora está ante el espejo, la señora tiene vapores (una especie de bellas chifladuras); en una palabra, todas las conversaciones se refieren a la señora, y todas las diversiones cuentan con la señora. Y no significa esto que honren más a la mujer. Un hombre que se dedica a fáciles escarceos amorosos, carece siempre de sensibilidad, tanto para el verdadero respeto como para el amor delicado. Yo no quisiera, ni mucho menos, haber dicho lo que Roussean afirma de manera tan atrevida: "Que una mujer nunca llegará a ser más que un niño grande." Pero el penetrante suizo escribió esto en Francia, y probablemente él, tan gran defensor del bello sexo, sentía con indignación que no se le tratara allí con mayor respeto que a un niño grande.