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bién muestra en sí la nación española poco sentimiento para las bellas artes y las ciencias.

Los caracteres de los pueblos se manifiestan principalmente en sus tendencias morales; por tal razón, vamos a examinar desde este punto de vista el diferente sentimiento de los mismos, con respecto a lo sublime y lo bello[1].

El español es serio, callado y veraz. Pocos comerciantes hay en el mundo más honrados que los españoles. Tiene un alma orgullosa y siente más los actos grandes que los bellos. Como su espíritu no encierra benevolencia bondadosa y dulce, resulta a menudo duro y aun cruel. El auto de je se conserva, no tanto por la superstición como por las inclinaciones extravagantes del pueblo, al que impresiona un cortejo venerable y temeroso, donde ve cómo entregan a las llamas encendidas por una devoción ardiente el sambenito pintado con figura de demonios. No puede decirse que el español sea más altivo o más enamorado que cualquiera de otro pueblo; pero lo es de una manera extravagante, que resulta rara y fuera de la habitual. Abandonar el arado y pasearse, con una larga espada y una capa, por el campo de labor hasta que el extranjero de paso por allí desaparezca, o en una corrida, donde las bellas son por una vez vistas sin velo, declarar con particular


  1. Apenas es necesario que repita aquí mi precedentedisculpa. En todo pueblo, la parte más cultivada pone caracteres honorables de todo género, y, aunque a alguno pueda tocar ésta o la otra censura, si es agudo sabrá tomar el partido de desentenderse de los demás y exceptuarse a sí mismo.