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rodea, es todavía una persona más fina que un hombre de la misma edad, y acaso aún más amable que una muchacha, aun cuando en otro sentido. Ciertamente, debía de ser demasiado místico el amor platónico que expresaba un antiguo filósofo cuando decía del objeto de su inclinación: "Las gracias residen en sus arrugas, y el alma parece asomárseme a los labios cuando beso su boca marchita." Pero debe también renunciarse pronto a semejantes pretensiones. Un hombre viejo que hace el enamorado, es un fatuo, y las veleidades análogas del otro sexo resultan en seguida repugnantes. Nunca consiste en la naturaleza el que no nos manifestemos con decoro, sino en que se pretende falsearla.

Para no perder de vista mi tema, quiero aún establecer algunas observaciones sobre el influjo que los sexos pueden ejercer recíprocamente para embellecer o ennoblecer el sentimiento del otro. La mujer tiene un sentimiento preferente para lo bello, en lo que a ella misma se refiere; pero en el sexo masculino, siente principalmente lo noble. En cambio, el hombre prefiere lo noble para sí mismo, y lo bello, cuando se encuentra en la mujer. De ello debemos deducir que los fines de la naturaleza tienden, mediante la inclinación sexual, a ennoblecer siempre más al hombre y a hermosear más a la mujer. A una mujer le importa poco no poseer ciertas elevadas visiones, ser tímida y no verse llamada a importantes negocios; es bella, cautiva y le basta. En cambio,