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sólo espera siempre algo mediano, tiene la ventaja de que el resultado contradice rara vez sus esperanzas, y, en cambio, le sorprenden también insospechadas perfecciones.

A todos estos encantos amenaza finalmente la edad, devastadora de la belleza, y el orden natural de las cosas parece exigir que las cualidades sublimes y nobles reemplacen a las bellas, para que la persona vaya siendo digna de mayor respeto a medida que deja de ser amable. Soy de opinión que la completa perfección del bello sexo en la flor de la edad habría de consistir en la hermosa sencillez, realzada por un refinado sentimiento de todo lo que es noble y seductor. Poco a poco, según van desapareciendo las pretensiones o los encantos, la lectura de los libros y el cultivo de la inteligencia podría substituir insensiblemente con las musas los sitios vacantes de las gracias, y el esposo debería ser el primer maestro. Con todo, aun al acercarse el momento, tan terrible para toda mujer, .de hacerse vieja, sigue perteneciendo al bello sexo, y se desfigurará a sí misma si, desesperando en cierto modo de conservar más tiempo este carácter, se entregase al malhumor y a la tristeza.

Una dama entrada en años, que, modesta y amistosamente, convive en sociedad con locuacidad alegre y juiciosa, y favorece de un modo digno las diversiones de la juventud, en las cuales ella misma no toma parte, cuidando de todo y asistiendo contenta y satisfecha a la alegría que le