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después con mayor frialdad. Débese, probablemente, a que los encantos morales, allí donde se revelan, cautivan más, y también porque dejan sentir su efecto con ocasión de sensaciones morales. Cada descubrimiento de un nuevo encanto hace sospechar otros más, mientras que todos los atractivos patentes, una vez ejercido desde un principio todo su efecto, no pueden en lo sucesivo sino enfriar la curiosidad enamorada y convertirla poco a poco en indiferencia.

Una observación parece espontáneamente presentarse entre estas consideraciones. La sensibilidad sencilla y ruda en las inclinaciones sexuales conduce, ciertamente, por caminos muy derechos al gran fin de la naturaleza, y como las exigencias de ésta quedan satisfechas, parece la más apropiada para hacer feliz, sin complicaciones, al que la posee; pero su carácter indistinto y poco exigente la hace degenerar con facilidad en excesos y en el libertinaje. Un gusto muy refinado, en cambio, quita a las inclinaciones su carácter brutal, y al limitarla a muy pocos objetos, la hace decente y decorosa; pero yerra comúnmente el gran propósito último de la naturaleza, y como exige o espera más de lo concedido comúnmente por ésta, suele hacer muy rara vez feliz a la persona de sensibilidad tan delicada. El primer carácter resulta rudo, porque se dirige a todas las personas de un sexo; el segundo, soñador, pues propiamente a ninguna se dirige, ocupado sólo con un objeto que la imaginación amorosa se for-