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de una manera muy sencilla y segura[1]; por él se realizan los más de los matrimonios, y aun de la parte más aplicada del género humano. Como el hombre, no se llena la cabeza con un rostro hechicero, unos ojos lánguidos, un noble porte, etcétera, y hasta carece de sentido para todo esto; tanta más atención concederá a las virtudes domésticas, a la economía, etc., y a la dote.

Por lo que se refiere al gusto algo más fino, que necesita establecer una distinción entre los encantos exteriores de la mujer, unas veces prefiere lo que hay de moral en la figura y en la expresión del rostro, otras lo no moral. Con relación a los atractivos de esta última especie, es calificada una mujer de bonita. Un talle proporcionado, rasgos regulares, una linda coloración de los ojos y del rostro, bellezas todas que agradan también en un ramo de flores y obtienen fría aprobación. El rostro mismo, aunque sea bonito, no expresa nada y no habla al corazón.

En cuanto a la expresión moral de las facciones, de los ojos y de la fisonomía, puede tender a lo sublime o a lo bello.

Una mujer en la cual los atractivos que a su sexo convienen hacen predominar la expresión de lo sublime, es calificada de bella en senti-


  1. Como todas las cosas en el mundo tienen también su lado malo, sólo es de lamentar en este gusto que degenere más fácilmente que otro en libertinaje. El fuego encendido por una persona puede extinguirlo cualquier otrą, y no son sobradas las dificultades que pueden limitar una pasión desenfrenada.