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principalmente propia del bello sexo, y le sienta muy bien. Debe considerarse como una grosera y despreciable inconveniencia sumir en confusión y desagrado la delicada honestidad del mismo con esas plebeyas bromas que se suelen llamar frases equívocas. Pero en último término la inclinación sexual es el fundamento de todos los demás encantos, y una mujer es siempre, en cuanto mujer, el agradable objeto de una conversación educada.

Esto podría explicar que aun hombres finos se tomen a veces la libertad de dejar transparentar delicadas alusiones con pequeñas bromas picantes, por las cuales se les llama libres o traviesos.

Cuando, sin que ofendan miradas atrevidas ni se vea intención de herir el respeto, una dama recibe estas bromas con gesto agrio o de disgusto, se creen los hombres autorizados a calificarla de gazmoña. Me refiero a esto porque se considera comúnmente como un rasgo algo atrevido de la conversación, y de hecho se ha gastado siempre mucho ingenio en ello. En cuanto al estricto juicio moral que la cosa merezca, no corresponde a este sitio; en el sentimiento de lo bello sólo tengo que observar y explicar los fenómenos.

Las nobles cualidades de este sexo, en que, como he notado ya, nunca se ha de echar de menos lo bello, en nada se manifiestan más clara y seguramente que en la modestia, una especie de noble sencillez e ingenuidad recubriendo notables condiciones. De ella brota una tranquila afectuosidad ha-