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un defecto, es un bello defecto. Prescindiendo de que los hombres, tan aficionados a galantear a las damas, se encontrarían en mala situación si ellas no estuviesen inclinadas a admitir sus lisonjas, esta condición no hace más que avivar sus encantos. Es un estímulo para mostrarse amable y graciosa, para abandonarse al juego de una jovialidad ingeniosa, y también para brillar en los variables recursos de las galas y realzar la hermosura. En ello no hay nada ofensivo para los demás, sino más bien, cuando la inspira el buen gusto, algo tan encantador, que sería inconveniente condenarlo. A una mujer que en tal punto es demasiado ligera y retozona, se le llama tonta, expresión que, sin embargo, no tiene significación tan clara como en el hombre con la sílaba final cambiada; bien entendida, puede encerrar a veces también una lisonja cariñosa. Si la vanidad es defecto que en una mujer bien merece disculpa, el engreimiento en ellas no es sólo censurable, como en toda persona en general, sino que desfigura completamente el carácter del sexo. Este defecto 1 es muy feo y necio y se opone directamente al atractivo de los encantos modestos. La persona dominada por él no tarda en ponerse en una situación delicada. Debe esperar que se la juzgue sin indulgencia, duramente; quien aspira a una alta consideración, invita a la censura. El descubrimiento del menor defecto proporciona a todos una alegría, y la palabra tonta pierde aquí su significación atenuada. Ha de distinguirse siem-