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Pero, aun admitiéndolo, aquél en quien predomina el interés personal es un hombre con el cual nunca se ha de sutilizar sobre el buen gusto. Por este principio, una gallina resulta mejor que un papagayo; una cazuela, más útil que un vaso de porcelana; todos los ingenios del mundo no igualan el valor de un labrador, y los esfuerzos por averiguar la distancia de las estrellas fijas pueden ser aplazados hasta que sepamos de qué manera el arado ha de ser más ventajosamente conducido. Pero ¡qué locura abandonarse a tal disputa cuando es imposible llegar a sensaciones análogas, porque tampoco es análoga la sensibilidad! Con todo, el hombre de más rudos y vulgares sentimientos podrá percibir que los encantos y agracios de la vida, al parecer más superfluos, acaparan nuestra mayor diligencia, y que nos quedarían pocos móviles para los variados esfuerzos de la vida si pretendiéramos suprimirlos. De igual modo, nadie hay tan grosero que no sienta que un acto moral, por lo menos para con el prójimo, tanto más conmueve cuanto más se aleja del interés propio y cuanto más en él resaltan motivos nobles.

Cuando observo alternativamente el lado noble y el débil de los hombres, me acuso a mí mismo de no poder tomar el punto de vista desde el cual estos contrastes se funden en el gran cuadro de la naturaleza humana, como en un conjunto impresionante. Comprendo que, en las líneas generales de la gran naturaleza, estas grotescas si-