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de ella son muy diferentes, y se ve que uno encuentra noble y digno algo que para otros resulta extravagante, aunque sea grande. Las ocasiones que se ofrecen en cosas no morales para atisbar algo del sentimiento del prójimo, pueden darnos coyuntura para decidir también con bastante verosimilitud su sensibilidad, con relación a las cualidades superiores de su espíritu y aun las de su corazón. El que se fastidia oyendo una hermosa música, hace sospechar mucho que las bellezas de la literatura o los encantos del amor no ejercerán poder sobre él.

Hay un cierto espíritu de las pequeñeces (esprit des bagatelles) que muestra una especie de sensibilidad delicada, pero dirigida precisamente a lo contrario de lo sublime. Es el gustar de algo por ser muy artificioso y difícil, versos que pueden leerse hacia abajo y hacia arriba, enigmas, relojes diminutos, cadenas sueltas, etc.; el gustar de todo lo que está medido y ordenado de una manera minuciosa, aunque sea sin utilidad, por ejemplo: de libros primorosamente colocados en largas filas dentro de la estantería, y una cabeza vacía que los contempla, llena de satisfacción; habitaciones adornadas como cajas ópticas, lavadas con limpieza meticulosa, y dentro, un dueño inhospitalario y gruñón, que las habita; de todo lo que es raro, por poco valor que en sí pueda tener; la lámpara de Epicteto, un guante de Carlos XII. En cierto modo, el afán de atesorar di-nero cae dentro de esto. Puede sospecharse que si