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ble motivo permanece y no está tan sujeto a la inconstancia de las cosas exteriores. De tal calidad son los principios, en comparación con impulsos originados sólo de ocasiones particulares, y así es el hombre de principios, al lado de aquel al cual sobreviene una inspiración buena y afectuosa. Y lo mismo diríamos si el secreto lenguaje de su corazón se expresara de esta suerte: "Tengo que auxiliar a ese hombre porque sufre; no porque acaso sea amigo o conocido mío, ni porque le considere capaz de agradecérmelo después. Ahora no es tiempo de hacer distingos ni detenerse en cuestiones: es un hombre, y lo que daña a los hombres también a mí me toca." Desde este momento su conducta se apoya en el supremo fundamento de la benevolencia dentro de la naturaleza humana, y es sublime en grado sumo, tanto por la invariabilidad como por la generalidad de sus aplicaciones.

Continúo mis observaciones. El hombre de carácter melancólico se preocupa poco de los juicios ajenos, de lo que otros tienen por bueno o verdadero; se apoya sólo en su propia opinión. Como en él los móviles toman el carácter de principios, no puede ser fácilmente llevado a otras ideas. Su firmeza degenera a veces en obstinación. La amistad es sublime, y, por tanto, apropiada a sus sentimientos. Puede acaso perder un amigo inconstante, pero éste no le pierde a él tan pronto. Aun el recuerdo de la amistad extinguida sigue siendo para él respetable. La locuacidad es bella; la ta-