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ceres. Es el sentimiento del honor, y su resultado, la vergüenza. La opinión que de nuestro valer tengan los demás y su juicio sobre nuestros actos, es un móvil de gran importancia, y nos lleva a muchos sacrificios. Lo que gran parte de los hombres no habría hecho por impulsos de espontánea bondad ni por principios, se hace bastante a menudo merced al prestigio aparente de una preocupación muy útil, aunque en sí muy superficial, como si el juicio de los demás determinase nuestro valor y el de nuestros actos. Lo que acontece, obedeciendo a este impulso, no es de ningún modo virtuoso, y de ahí que quien desea ser tenido por tal, oculte cuidadosamente tal motivo. Esta inclinación no tiene tampoco tanta afinidad con la genuina virtud como la bondad de corazón, porque no puede ser movida inmediatamente por la hermosura de los actos, sino por lo que éstos representan ante los ojos ajenos. Con todo, como el sentimiento del honor es delicado, puedo denominar resplandor de la virtud aquello análogo a lo virtuoso que por él es ocasionado.

Si comparamos los espíritus de los hombres según en ellos predomina uno de estos géneros de sentimiento determinando el carácter moral, encontramos que cada uno de ellos se halla en próxima afinidad con uno de los temperamentos, tal como se les divide comúnmente; pero de tal suerte que, además, correspondería al flemático una mayor carencia de sentimiento moral. Y no quiero decir con esto que la nota principal en el ca-