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te deshecho en lágrimas, y con toda su bondad no vendría a ser más que un holgazán tierno[1].

El segundo género del sentimiento bondadoso, ciertamente bello y amable, pero que no sirve de base suficiente a una verdadera virtud, es la cortesía, por la cual nos sentimos inclinados a mostrarnos agradables con los otros mediante la amistad, la aquiescencia a sus deseos y la ecuación de nuestra conducta con su manera de pensar. Este fundamento de una encantadora sociabilidad es hermoso, y tan blanda condición es señal de naturaleza bondadosa. Pero tan lejos está de ser una virtud, que si principios superiores no ponen sus barreras y lo debilitan, puede ser origen de todos los vicios. Aun sin contar que la complacencia hacia aquellos que tratamos significa a menudo la injusticia con otros situados fuera de este círculo, el hombre complaciente, si se admite sólo este estímulo, podrá tener todos los vicios, no por inclinación espontánea, sino porque vive para agradar. La afectuosa sociabilidad le convertiría en un embustero, en un holgazán, en un borracho, etcé-


  1. Considerada más de cerca, se ve que a la condición compasiva, por amable que sea, falta la dignidad de la virtud. Un niño que sufre, una mujer desdichada y simpática, infundirá en nuestro corazón este sentimiento, en tanto que recibimos friamente la noticia de una gran batalla, en la cual, como es fácil pensar, una considerable porción del género humano ha perecido inocentemente bajo crueles dolores. Muchos príncipes que apartaron tristemente la vista de una persona desgraciada, no tuvieron inconveniente en desencadenar al mismo tiempo la guerra por motivos a menudo frívolos. No hay aquí ninguna proporción en los defectos; ¿cómo puede, pues, decirse que la causa sea el amor genéral a la humanidad?