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se quedan en lo noble; las de Homero y Milton, caen en lo extravagante. Las metamorfosis de Ovidio, son monstruosas, y los cuentos de hadas de la superstición francesa, son las más lamentables monstruosidades jamás imaginadas. Las poesías anacreónticas están a menudo muy cerca de lo frívolo.

Las obras de la razón y del entendimiento penetrante, en cuanto sus objetos, encierran también algo de sentimiento, participan en cierto modo de las indicadas diferencias. La representación matemática de la magnitud inconmensurable del universo, las consideraciones de la metafísica acerca de la eternidad, de la providencia, de la inmortalidad de nuestra alma, contienen un cierto carácter sublime y majestuoso. En cambio, hay muchas sutilezas vanas que desfiguran la filosofía.

La apariencia de profundidad no impide que las cuatro figuras silogísticas merezcan ser contadas entre las monstruosidades de escuela.

En las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime. Existen algunas, sin embargo, que son amables y bellas, y en cuanto armonizan con la virtud pueden ser consideradas como nobles, aunque no deba incluírselas en la intención virtuosa. El juicio sobre esto es sutil y complicado.

No puede, ciertamente, denominarse virtuoso el estado de ánimo del cual se originan actos que también la virtud inspiraría, porque los motivos que inspiran tales actos, aunque casualmente coinciden con la virtud, pueden, por su naturaleza,