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infinitas gradaciones en la imperfección más ex-trema. La cualidad de lo sublime terrible, cuando se hace completamente monstruoso, cae en lo extravagante[1]. Cosas fuera de lo natural, por cuanto en ellas se pretende lo sublime, aunque poco o nada se consiga, son las monstruosidades. Quien guste de lo extravagante o crea en él, es un fantástico. La inclinación a lo monstruoso origina el chiflado (Grillenfänger). Por otra parte, el sentimiento de lo bello degenera cuando en él falta por completo lo noble, y entonces se le denomina frívolo. A una persona masculina de este género, cuando es joven, se le conoce por un lechuguino; en la edad madura es un fatuo; y como le elevado o sublime es más necesario que nunca en la vejez, resulta que un viejo verde es la más despreciable criatura de la creación, así como un joven chiflado la más antipática e insoportable. Las bromas y la jovialidad entran en el sentimiento de lo bello. Con todo, puede en ellas transparentarse bastante inteligencia, y en este sentido resultan más o menos afines con lo sublime. Aquél en cuya jovialidad esta mezcla es imperceptible, desbarra. Y si esto le sucede de continuo, acaba en mentecato. Fácilmente se advierte que también gantes avisadas desbarran a veces, y que no se necesita poco ingenio para jugar con el entendimiento sin dar alguna vez una nota falsa. Aquél cuya conversación ni divierte ni conmueve,


  1. Cuando la sublimidad o la belleza rebasa el conocido término medio, se la suele denominar romántica (romanisch).
Lo bello
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