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conjurados, exclamó, según refiere Hamway, después de haber recibido ya algunas heridas, defendiéndose a la desesperada: "¡Piedad! Os perdonaré a todos." Uno de ellos respondió, levantando el sable: "Tú no has mostrado compasión ninguna, y tampoco la mereces." La temeridad decidida de un granuja es muy peligrosa; pero cuando la oye uno referir, impresiona, y aunque el héroe vaya a terminar en una muerte vil, la ennoblece en cierto modo cuando marcha a ella arrogante y despectivo. Por otro lado, en un proyecto astuto, aunque su objeto sea una picardía, hay algo fino y excita la risa. El deseo de seducir o coquetería, en un sentido delicado, es decir, de admitir las atenciones y excitarlas, es acaso censurable en una persona amable ya de por sí, pero resulta, con todo, bello y comúnmente preferible a la actitud grave y seria.

La figura de las personas que agradan por su aspecto externo reviste, ya uno, ya el otro género de sentimiento. Una elevada estatura conquista prestigio y respeto; una pequeña, confianza. El cabello obscuro y los ojos negros tienen más afinidad con lo sublime; los ojos azules y el tono rubio, más con lo bello. Una edad avanzada se une más bien con los caracteres de lo sublime; en cambio, la juventud, con los de lo bello. Lo mismo ecurre con la diferencia de clases sociales, y hasta la indumentaria puede influir en la diferente calidad de estas impresiones, que aquí sólo tocamos de pasada. Las personas altas y de apariencia