Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/44

Esta página no ha sido corregida
44
 

discusión, y una sola vez se interpuso entre nosotros una ligera nubecilla.

Una mañana, con el pretexto de ajustarle losestribos, despertó en mí el díscolo ulano de otros tiempos y la besé el piececito, o, por mejor decir, el diminuto botín, ya deteriorado por las asperezas del desierto, pero que no hubiera yo trocado por un trono. Entonces Liliana, acercando el piececito a los ijares del caballo y repitiendo: «¡No, Ralf; no, no!», alejóse rápidamente, y a pesar de mis súplicas y de haberle pedido perdón, no quiso caminar emparejada conmigo. Sin embargo, para no afligirme demasiado, no se separó mucho de mí; pero yo púseme a fingir una pena cien veces mayor de la que realmente sentía, y, encerrado en un mutismo absoluto, cabalgaba cual si todo el mundo no existiese ya para mí. Bien sabía yo que la compasión acabaría por vencer su resistencia, y, en efecto, al poco rato, inquieta por mi silencio, se me acercó y púsose a mirarme en los ojos, como un chiquillo que quiere adivinar si mamá está disgustada todavía, y yo entonces, a pesar de mis esfuerzos para conservar mi seriedad, tuve que volver la cabeza para no estallar en sonoras carcajadas.

Esta fué nuestra única rencilla. De ordinario estábamos alegres cual ardillas de estepa, y muy a menudo yo, el capitán de toda aquella caravana — Dios me lo perdone—, me comportaba estando junto a ella como un verdadero niño. Muchas veces, mientras cabalgábamos tranquilamente uno