Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/32

Esta página no ha sido corregida
32
 

cinto, con sus enormes gorros adornados con plumas de milano, parecíame asistir a una escena histórica o me imaginaba ser el capitán de una cuadrilla de bandidos. Pero por más que la vida de muchas de aquellas personas fuese tumultuosa y aun semisalvaje, palpitaban, sin embargo, en aquellos pechos corazones honrados y generosos. Formábarnos allí un mundo diminuto separado del resto de la sociedad, encerrado en sí mismo, entregado a una suerte común, amenazado por los mismos peligros; unos brazos debían ayudar a los otros; cada cual sentíase hermano de los demás, y aquellos parajes inaccesibles, aquellos desiertos sin fin que nos circundaban, imponían a aquellos mineros, endurecidos por el trabajo, un recíproco sentimiento de amistad. La visión de Liliana, de la pobre indefensa criatura, tranquila en medio de todos ellos, y segura como bajo el techo paterno, suscitó en mí semejantes pensamientos, y de ellos hablé sencillamente, tal como los sentía, y tal como era de esperar de un soldado conductor y hermano a la vez de aquellos emigrantes.

A cada momento me interrumpían con aplausos y gritos de Hurra for Pole!, hurra for Captain!, hurra for Rig Ralf!; y lo que me colmaba de felicidad era distinguir entre aquellas manos bronceadas y vigorosas que palmoteaban dos manecitas coloreadas de rosa por las llamas de la hoguera, que se agitaban por los aires como dos palomas blancas.

Entonces sentí que era capaz de arrostrarlo todo: el desierto, los animales feroces, los indios