Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/22

Esta página no ha sido corregida
22
 

perdía mucho tiempo en levantar aquellas moles, verdaderas casas de madera y lona. El relinchar de los mulos, las blasfemias de los carreteros, el sonido de los cascabeles y los ladridos de los perros que nos seguían producían una zalagarda infernal. Luego, cuando, derrochando esfuerzos, había logrado un poco de orden, debía atender al desenganche de las bestias y disponer el trabajo de los conductores que habían de llevarlas al pasto y luego al río. Los que durante el día se habían internado en la estepa para cazar regresaban de todas partes con la caza capturada y asaltaban las hogueras. Apenas encontraba yo un momento para restaurar mi estómago y descansar un poco.

El cansancio era para mí casi doble cuando, después de los altos, se volvía a emprender la marcha, porque el enganchar los mulos producía más trastorno y alboroto que el desengancharlos. Los carreteros no querían moverse unos antes que otros por no tener que carretear luego de lado por un terreno con frecuencia desigual, de bruscas asperezas, y nacían de esto disputas, altercados, imprecaciones y retrasos fastidiosos. Todo había de vigilarlo yo, y cabalgar al mismo tiempo durante la marcha, inmediatamente después de los guías, para explorar el terreno y escoger lugares seguros, con agua abundante y que reunieran las mejores condiciones para las paradas nocturnas. Muy a menudo echaba pestes contra mis obligaciones de capitán; pero me sentía lleno de orgullo al pensar que era yo el dueño, el soberano de aquel desierto,