Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/14

Esta página no ha sido corregida
14
 

Los norteamericanos poseen en alto grado, hay que reconocerlo, el espíritu de organización; pero a medida que crecen las dificultades del viaje disminuye su energía, les asalta el desaliento—aun a los más animosos—, y entonces se niegan a obedecer, a montar a caballo durante el día, a hacer las guardias durante la noche, y cada cual pretende verse dispensado del servicio de turno y permanecer constantemente en los carros. Además de esto, en sus relaciones con los yankees, el capitán debe saber conciliar la disciplina con cierta familiaridad amistosa; cosa que no es fácil de lograr. Sucedía, pues, que en marcha y durante los acampamentos nocturnos era yo dueño absoluto de la voluntad de todos mis compañeros; pero durante los descansos diurnos, en los cortijos y en las colonias que al principio encontrábamos en nuestro camino, mis funciones de comandante quedaban interrumpidas. Cada cual era dueño de sí mismo. Algunas veces tuve que encararme con algún arrogante aventurero; pero cuando se percataron, después de algunos rings, de que mi puño mazoviano era más eficaz que el norteamericano —y con esto aumentó mi fama—, ya no tuve que recurrir más a tales luchas y pugilatos para hacerme obedecer. Por otra parte, conociendo ya a fondo el carácter norteamericano, sabía muy bien el modo de contenerme, y, además, me ayudaban a cobrar aliento y a tener perseverancia dos ojos azules que me miraban por debajo del toldo de un carro con singular interés. Aquellos ojos, asestados