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peligrosa por lo que a los indios se refiere, pero evidentemente menos expuesta a los rigores de la estación. Este proceder mío encontró al principio cierta oposición entre la gente de la caravana; pero al declararles que si no se querían someter a mis condiciones no les quedaba otro recurso que buscarse otro capitán, acabaron por consentir en cuanto les propuse, después de reflexionarlo un poco, y en el comienzo de la primavera nos pusimos en camino.

Penosísimas fueron para mí las primeras jornadas; sobre todo hasta que la gente no estuvo acostumbrada a mi mando y a las condiciones del viaje. Es indudable que mi persona inspiraba confianza, ya que mis aventuradas expediciones por el Arkansas me habían dado cierta fama entre las inquietas poblaciones limítrofes, y que el nombre de Rig Ralf (Gran Ralf), con el que se me conocía en la estepa, había llegado más de una vez a oídos de la mayor parte de mis compañeros actuales.

Pero generalmente un conductor de caravana, un «capitán», se encuentra con frecuencia, por la indole misma de su cometido, en desagradables condiciones frente a frente de los emigrantes. Yo estaba encargado de escoger el sitio de las paradas nocturnas, de vigilar la marcha durante el día, de no perder de vista a toda la caravana—que a veces se extendía una milla a lo largo de la estepa—,de poner en sus puestos a los guardias y de conceder descanso en los carros a los pelotones exploradores.