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PRÓLOGO


I


L

os hombres del Norte prefieren leer un libro á oir un discurso, no siendo así el gusto en los meridionales, que gozan más del trato social humano y con más placer atienden á la palabra, la voz, el gesto y el ademán de los oradores, que no á la quietud, serenidad y reflexión paciente de la lectura. Sin duda, esto se debe á que los rigores de una ruda temperie bajo un cielo cuasi siempre obscurecido ó de muy menguada luz, no favorecen tanto al continuo y variado teatro de las relaciones directas entre las gentes; viven retraídos unos de otros los hombres y pocas veces en la convivencia de mutuos afectos y de ideas. En medio de una naturaleza fría, donde todo es incoloro y silencioso, tal vez no haya cosa de mayores encantos que un libro, ni persona tanto como un libro animada y parlera.... Mas ¿cómo pedir perseverante atención para el libro, á