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mer círculo y fué elevándose, elevándose. Fueron ensanchándose los círculos... Ella, sonriente, inalterable el ritmo de su corazón, pensó, suspirando: «Ya no puede verme. Está demasiado alto.»


IV


Allá donde horas antes, en un caos de nubes negras, retumbaban los truenos y fulguraban los relámpagos, todo era ahora calma y se abrían inmensos espacios azules. Mudas y majestuosas, algunas nubes caminaban —naves sin rumbo conocido—a través del océano celeste. El Sol reinaba allí. Ni el más leve ruido terrestre turbaba el etéreo silencio.

Describiendo los primeros círculos, Yury todavía miraba abajo, preocupándose aún de la tierra: en el aeródromo verde, surcado por sendas de arena amarilla, la multitud, negra e inmóvil, parecía una enorme mancha de tinta.

Descrito el quinto círculo, el oficial voló en línea recta, alejándose del aeródromo.

Ya sobre el bosque, en medio de una honda quietud, se elevó, se elevó...

—No sería desagradable dar un paseo por ahí abajo—pensó con cierta cariñosa indulgencia.

Y de pronto experimentó la sensación clara, precisa, del olor grato y húmedo, para él tan familiar, del bosque, como si estuviera pisando la hierba, y hasta le pareció divisar entre el follaje espeso una seta.

Pero no, no... El bosque estaba ya muy lejos y él